
Afectividad, educación de los hijos y familia van de la mano. La familia es el entorno ideal para el desarrollo de la afectividad y la educación de los hijos.
Los niños todo lo aprenden imitando, es muy claro el ejemplo de aprender a hablar imitando a sus padres y hermanos, y todos, aunque no nos demos cuenta, también vamos imitando a las personas que se relacionan con nosotros; por eso cada familia tiene un "sello propio", todos sus miembros no solo se parecen físicamente, sino también en los gestos y costumbres. Debido a la estrecha convivencia, en las familias hay una red de relaciones (ver ecosistema afectivo y red afectiva) por las que circula el afecto de todos sus miembros; gracias a esta red afectiva, los niños pequeños van aprendiendo a relacionarse igual que sus padres y hermanos. De ahí la importancia de que entre los padres abunden las relaciones donde hay una alternancia entre dar y recibir; estas son las que ayudarán a madurar a sus hijos.
En la familia se pueden dar los tres amores que cambian roles amante-amado: amistad, amor conyugal y amor a Dios. Estos tres amores son los únicos que pueden conservar una afectividad plena.
Una afectividad gozosa se consigue cuando nos relacionamos intercambiando roles amante-amado o alternando dar y recibir. La educación de la afectividad en la familia potencia el desarrollo de los hijos. La educación y el desarrollo de los hijos poseen un fundamento afectivo. Una afectividad gozosa en los padres potencia los proyectos familiares y educativos y, consecuentemente, el desarrollo de los hijos. Padres y educadores triunfan en la educación cuando su afectividad es plena.
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Ver "El éxito afectivo".