AfectividadNuestra afectividad tiene un soporte biológico y conociéndolo es más fácil alcanzar el bienestar afectivo.

Todo lo que vivimos deja una huella en nuestro cerebro y todas estas huellas que vamos acumulando son los afectos; el conjunto de huellas o afectos forman la afectividad. Si la mayoría de estas huellas o afectos son gozosos, conseguiremos un bienestar afectivo, que es un estado de mínimo consumo energético cerebral, como demuestra un reciente descubrimiento neurológico (ver www.neurohumanismo.com).

En los últimos descubrimientos encontramos dos grandes aportaciones:

1.-  La afectividad se puede educar. Toda relación deja una huella, ya sea positiva o negativa, y según se organicen estas en nuestro cerebro, tendremos la afectividad más o menos gozosa.

2.- La afectividad es dinámica y responde según lo que acumulamos. Todas nuestras vivencias y experiencias marcarán el desarrollo afectivo; además este desarrollo podrá potenciar la inteligencia emocional y creatividad.

Las únicas relaciones que son capaces de conservar la afectividad plena y gozosa son aquellas en las que encontramos una alternancia entre “dar y recibir”. Esta manera de relacionarnos la encontramos en la amistad, el amor conyugal o de pareja y el amor a Dios (ver el “Principio de la conservación del afecto”).

En esta página se van desarrollando una serie de conceptos relacionados con la afectividad, basados en estas aportaciones científicas:

Ver  “El éxito afectivo” y “60 preguntas sobre el amor“.